El boxeo de Racing tiene un gimnasio a su nombre. Allí siempre, seguramente, es recordado por cómo se movía en el ring y castigaba a sus adversarios. Horacio Accavallo, un campeón del mundo, es un símbolo del pugilismo argentino y referente de la Academia que le flechó el corazón. Porque los rudos también guardan un espacio para el amor. Un hombre que ya tiene su libro y una película.
Roquiño, como lo llamaban sus íntimos, nació el 14 de octubre de 1934 (84 años) en Villa Diamante, Lanús. El zurdo proveniente de familia italiana, más específicamente del sur, desde chico soñaba con ser boxeador en los bravos barrios de Potenza. Ya a los ocho años le hablaba del deseo a su padre, Lucano Pietraperposa, pero éste le ponía el freno con una frase típica de la época, por supuesto en italiano: “Osté tiene que trabacar, que boseo ni boseo”. Nunca imaginó Lucano lo que su hijo podría lograr...
Acostumbrado a los golpes que da la vida, siempre supo cómo esquivarlos. Intentó probarse en las inferiores de Racing como wing izquierdo, pero le cerraron las puertas. “Pibe, no te da la altura para jugar”, le dijeron una tarde en Avellaneda. Sin embargo, no se quedó. Siguió su vida a los golpes, pasó de ser desde botellero a faquir. De acróbata a payaso de circo y de recolector de basura a lustrador de calzado. Le hizo caso a su padre: desde chico empezó a trabajar. El sueño persistía y lo conseguiría. De adolescente se fue para Italia a perfeccionarse en el box, hasta que lo vio un gran promotor.
Juan Carlos Lectoure -administrador y gerenciador del imponente e histórico Luna Park-, Héctor Vaccari -manager- y Juan Aldrovandi -preparador físico-, lo llevaron a ser campeón argentino y sudamericano. La nueva joya nacional le devolvió con un jab (tipo de golpe en el deporte) a su pasado. Su presencia era sinónimo a Luna Park lleno de espectadores. Su estilo, golpes y sangre fría dejaban a los rivales a sus pies, de rodillas. Su figura hacía redimir a Pascual Pérez, primer campeón mundial argentino. Su momento había llegado: el más taquillero de nuestro boxeo y número dos del ranking mundial tenía la chance, a los 32 años, de pelear por el cinturón de la WBA, World Boxing Association, vacante en la categoría mosca.
La pelea del título era entre los primeros dos del ranking: el japonés Hiroyuki Ebihara y nuestro púgil, Horacio Accavallo. ¿Dónde? En la casa del nipón, donde el 26 de noviembre de 1954, Pascual Pérez había conquistado el título ante un rival del mismo país. La fecha pactada era el primero de marzo de 1966. Con entrenamientos duros en tierras asiáticas, Roquiño arribaba de la mejor manera, pero un imprevisto complicaría la velada. A una semana de ella, Ebihara se lesionó y no había rival. Tras varios llamados de la embajada argentina al ente organizador, se decidió que participara el número tres a nivel mundial, otro oriundo de Japón: Katsuyohi Takayama. Igualmente, por un tratado, el ganador debía defender el título frente al uno del mundo.
El Nippón Budokan, de Tokio, estaba repleto. Por un puñetazo sin bucal del local a Horacio, la gente se levantó de sus butacas para aplaudir. En la jerga del box, ese acto se lo considera una traición. El ya estaba acostumbrado; de tantos golpes que le dio la vida, supo cómo devolvérselo de manera lícita. En un duelo a quince rounds, y con decisión dividida por los jueces (73-69 Accavallo, 71-70 Takayama, 74-67 Acavallo), se consagró como el segundo boxeador de la Argentina en lograr este hito. Pero eso no fue todo. Como es característico en el boxeo, cada púgil ingresa con una bata. Horacio, fiel a sus colores, entró con una celeste y blanca y con el escudo de Racing en el pecho.
Tres veces defendió el cinturón, algo que intentó evitar porque no quería perderlo y ser olvidado. Y ganó las tres. Tras la última, el 11 de agosto de 1967, resolvió colgar los guantes con un récord de 75 victorias, 34 por KO, dos derrotas y seis empates. Los golpes, tanto en la vida como en el deporte, le sientan bien. Sin embargo, nunca perdió la humildad. En una entrevista, su promotor contó que nunca aceptó una invitación al Luna Park a ver una pelea. Si él podía pagar una butaca cerca del ring side, lo haría. Sentí que esa era su manera de no faltarles el respeto a los boxeadores. Un gran hombre, con una gran historia de vida que merece ser contada. Con la Academia dentro de un lugar importante en su recorrido.
Muy linda Nota pero te olvidaste de mencionar a su Manager Hector Vaccari (mi viejo) y su preparador fisico Juan Aldrovandi, quienes lo dirigieron y acompañaron durante toda su carrera.
Como dato de color te cuento que, el dia de la pelea con Takayama, cuando llevaron los guantes pactados con anterioridad (y guardados en una caja cerrada) a los vestuarios, a Horacio le hicieron "la cambiadita". Tremendo escandalo se armó hasta que le tuvieron que llevar los guantes que correspondían.