Pocos casos de superación como el suyo se han visto en Racing. Tal vez no haya existido nunca otro a esa escala. El paradigma de la reivindicación se hizo carne en este futbolista que se curtió bajo los garrotazos de la subestimación, de las miradas escépticas, del descrédito. Y aguantó, estoico, para poder ser lo que es en la actualidad: una figura de nuestro fútbol.
Eran tiempos, aquellos de 2014, en que ni siquiera tenía un apodo conocido quien hoy es sinónimo de Pantera. Tuvo que pasar por todas antes de rugir bien fuerte, sobreponerse al deseo de largar el fútbol cuando falleció su madre, sacar fuerzas de lo más profundo de su ser. El pibe que en River nunca pudo explotar se mudó a Olimpo, Liga de Quito (Ecuador) y Gimnasia, hasta desembarcar en Racing. Pero lo que debió ser todo alegría por haber regresado a un club grande llevó impregnado un arranque tormentoso, entre prejuicios y suspicacias por tener al mismo representante que Diego Cocca: Christian Bragarnik.
En ningún lado del mundo se siente tan feliz como cuando está en su amado barrio Nebel, rodeado de la familia y amigos desde la cuna. Precisamente esa gente es la que más apoyo le brindó en la etapa de cuestionamientos más duros, todos incluso antes de que debutara...
Una a una, Gustavo fue superando las vallas que le pusieron de entrada. Apuntalado por Diego Milito y un equipo que lo respaldaba con un buen funcionamiento, comenzó a ganarse el respeto y un nombre fuerte. Potencia, giros impredecibles, sacrificio, pegada letal. Y goles. Fueron 10 en el último Racing campeón (metió tres dobletes), donde se constituyó en un artillero que enamoró a los hinchas que al fin, un día, supieron cómo ovacionarlo pese a un apellido corto difícil de incluir en canciones de cancha.
Se escuchó en las tribunas el "Bou, Bou, Bou", simpático al principio y como un grito de guerra después. Tres letras nomás para un delantero dueño de un crecimiento semejante que le permitió dar un salto a nivel continental como goleador de la Copa Libertadores 2015, gracias a sus ocho gritos. Y aparecieron ofertas del exterior, como era de esperar. Y repetidos conflictos con los dirigentes porque no quisieron venderlo. Y reconciliaciones. Y de nuevo peleas. Y volvió la calma, contratos mejorados mediante.
Ya sin las lesiones que le quitaron continuidad en 2016, con la cabeza blindada por esa confianza invaluable, Gustavo Bou es uno de los mejores atacantes de la Argentina, en dupla con una estrella como Lisandro López. Tuvo suerte también: primero jugó al lado del Príncipe y ahora, con Licha. Aunque más que fortuna, lo de Bou fue un monumento a la perseverancia y a la lucha. No daban un peso por él. Parece mentira que el domingo, en Arroyito, contra Central, cumplirá 100 partidos oficiales con la casaca de la Academia. Para su mamá, que lo guía desde el cielo y desde uno de sus brazos tatuados con su imagen. Para Martina, su pequeña hija. Y para los hinchas, que supieron valorarlo después de tantas dudas.
Cien veces Gracias Pantera!!
GRANDE BOU. Y SUERTE EL DOMINGO. FESTEJALO CON GOLES.