Un día como hoy, pero tres años atrás, Racing le ganaba 1-0 un partido fundamental a Quilmes en el estadio Centenario por la 16ta fecha del Torneo de Transición 2014, con un inolvidable gol de tiro libre de Gustavo Bou. Reviví, en esta nota de RdA, aquel encuentro que fue vital para terminar consiguiendo el título de campeón.
En el fútbol no suele darse esa clase de partidos, esa clase de momentos, donde uno siente correr esa adrenalina, esa ansiedad voraz que sale por los poros y nos obliga a decir “éste era el partido que había que ganar, ahora vamos a ser campeones”. Esa noche del 15 de noviembre del 2014 en cancha de Quilmes, al sur de la Provincia de Buenos Aires, nos pasó eso a todos los Racinguistas de Alma.
La Academia venía de ganarle a Gimnasia en La Plata de manera agónica con un tanto de Hauche y a Banfield, como local, con un golazo de la Pantera Bou. Aprovechando los tropezones del puntero River, que tenía la cabeza ocupada también en la Copa Sudamericana, el conjunto de Diego Cocca llegaba al Centenario a tres unidades de los de Marcelo Gallardo, que al día siguiente debían enfrentar en el Monumental a Olimpo de Bahía Blanca.
Los antecedentes en ese entonces no eran para nada alentadores, dado que hacía casi una década que Racing no conseguía una victoria en ese reducto y los dirigidos por Cocca tenían la necesidad imperiosa de ganar para no perderle pisada a los de Nuñez.
El sábado del partido había sido muy caluroso. Ya desde temprano se hacía sentir una temperatura que no bajaba de los treinta grados. Por suerte un rato antes del comienzo del encuentro comenzó a caer el sol, lo que resultó un alivio para todos los presentes (e infiltrados) en la cancha. En el primer tiempo se vio un Racing aturdido, bien presionado por Quilmes, uno de los equipos con menos puntos en aquel certamen, pero que con actitud y agresividad suplían la diferencia de jerarquía entre ambos planteles. Se puede decir que prácticamente la Academia no pateó al arcó en toda esa primera mitad, con un Centurión asediado por los defensores rivales, con Bou bien marcado y Milito aislado del circuito de juego de los volantes. Para colmo de los males, Saúl Laverni cobró una falta inexistente dentro del área racinguista y le dio la posibilidad al Cervecero, sobre el epílogo de la etapa inicial, de ponerse en ventaja. El uruguayo Sebastián Martínez se paró delante del balón con la seguridad de que su remate potente iba a terminar siendo gol. Vaya a saber uno qué planeta se habrá alineado, que sobre la marcha, el defensor decidió disparar a media altura al palo derecho de Sebastián Saja, quien con una volada inigualable desde la estética y desde el plano sentimental tapó el disparo, revivió a su equipo y le devolvió la ilusión a los miles y miles de hinchas que imploraban por el arquero y ataban nudos en sus pañuelos para engualichar el penal.
Quedaban cuarenta y cinco minutos, pero la Academia debía volver a ser ese equipo con hambre, carácter y juego de las fechas pasadas para poder ganar los tres puntos en ese estadio. Allegados al vestuario visitante manifestaron que en esos 15 minutos de descanso se oyeron gritos, reproches, alaridos, es decir, pasó de todo.
El complemento tampoco arrancó de la mejor manera, ya que a los pocos minutos Yonathan Cabral recibió la segunda amarilla y se fue expulsado. Cocca tomó una decisión, que seguramente pocos se hubiesen animado a ejecutar. Sacó del campo al símbolo y emblema del equipo, Diego Milito, y mandó a la cancha a Gabriel Hauche. El fastidio lógico del capitán al salir daba muestras de que la noche no pintaba buena para la Academia. Sin embargo, los últimos 20 minutos de Racing en el partido fueron distintos. Percatados de que se jugaban la última chance de ir por el sueño de alcanzar a River (por lo menos parcialmente), la Academia, aun con uno menos, fue a buscarlo con todo. Ricardo Centurión literalmente se puso el equipo al hombro y desde su desfachatez y habilidad se empezó a inclinar la cancha. Aued y Videla volvieron a ser los “pacman” del medio y los laterales pasaron a ser aviones en su afán de desbordar la defensa local.
Quedaban cinco minutos cuando Centu encaró de manera vertical hacia el área cervecera y fue derribado por Alan Alegre. Doble amarilla para el zaguero del Cervecero y el partido quedaba diez contra diez, con el aliciente de que Racing disponía de una chance de tiro libre, a treinta metros del arco defendido muy bien hasta el momento por el juvenil portero Walter Benítez. Fue Gustavo Bou el que se ubicó al lado del balón y no paró de mirar fijo el esférico, ni siquiera para saber cuántos hombres había en la barrera rival o para analizar cómo ejecutarlo. La única certeza que tenía la Pantera es que si Racing quería ser campeón, él tenía que conseguir que esa pelota ingresara en el arco de alguna manera.
La Pantera de Concordia, como le gusta que lo llamen, pensó en su mamá, en todos los esfuerzos que hizo para llegar a ser profesional, en todos los cuestionamientos recibidos cuando llegó al club, cerró los ojos, tomó carrera y remató la pelota con una violencia inusitada y con semejante convicción e ilusión que la misma pasó la superpoblada muralla de defensores para quebrarle las manos al arquero y colarse en el ángulo superior izquierdo del arco que daba a la parcialidad local. ¡Gol de Bou! ¡Gol de Racing!
Gol faltando dos minutos para el final a sólo tres fechas de que termine el torneo. Se percibió un silencio casi absoluto que dejó perplejos, boquiabiertos, prácticamente inmóviles a los simpatizantes locales. Digo casi, porque el grito de los jugadores, del banco de suplentes y de los cientos de infiltrados en cancha hizo parecer que el delirio fuera absoluto.
Quizás nadie se animó a decirlo esa noche ni en los días siguientes, pero todos supimos en nuestro interior que esa jornada, la del 15 de noviembre de 2014, que será recordada por el tremendo zapatazo del número 23, del gran Bou, Racing comenzó a ganarse el mote de campeón. Y así fue nomás.