Cuando en las Guerras de las Galias, allá por los tiempos de los tiempos, Julio César veía que su ejército
estaba a dos o tres heridas de claudicar, él se ponía la capa roja para que los suyos lo identificaran rápidamente y, a lomo de caballo, galopaba hasta el frente como uno más y batallaba hasta que las heridas hicieran claudicar pero a los otros. Julio César no decía una sola palabra. Él decía con el ejemplo.
Lisandro López es, en cierto modo, un Julio César.
Sin alzar demasiado la voz, el Licha se pone la capa blanquiceleste en las batallitas de entre semana y en los batallazos de los domingos, y así arrastra a sus compañeros: tanto en los entrenamientos como en los partidos, él se transforma en un guerrero y lucha como si fuera un gladiador romano. Lo dijo el mismísimo Bou: "Cuando nosotros lo vemos tirarse a los pies sentimos la necesidad de hacer lo mismo".
A diferencia de otro líder como Milito, el emperador Lisandro dejó bien en claro cuando volvió a Racing que su liderazgo no recae en la potencia de sus palabras, sino en el contagio de su obra. Su espada motivacional no es el discurso, sino el hecho. Y sus hechos, dentro de la cancha, son victorias de las que cualquier juglar de la Edad Media podría contar.
Es por eso que tanto sus compañeros como Racing en general deben festejarlo y aprovecharlo: no todos los días un Julio César desenvaina la espada para luchar con vos.