Tucho, el ídolo olvidado

Atrás quedaron las noches de gloria. Lo que la vida te da, con un golpe seco y sin reacción alguna te lo quita. Como si fuese que todo lo que cosechaste, a lo largo del tiempo, a base de sacrificio y amor por lo que hiciste, ya no sirve de nada. Sin rencor, siempre guardando el amor que supiste tener en los lugares donde fuiste feliz. Esta es la historia de Tucho Méndez, uno más de unos cuantos que callaron, pero que el corazón les tiró más que un par de billetes. Aunque esos billetes, tal vez, lo hubiesen ayudado en los últimos días de su vida. 

Norberto pasó su última etapa en un geriátrico de Caballito, despojado de su fiel compañera, Olga. Un ídolo olvidado. En un rincón del cuarto, donde estaba su cama, divisaba las otras dos donde sus compañeros dormían. Sin embargo, la vista solía irse a aquellas épocas, recordando sus épocas de alegrías. Integrando grandes planteles o saliendo por las noches de parranda por los cabarets de la capital, donde se encontraba con su amigo Aníbal Troilo para bailarse un tanguito. Ahí estaban, en un recuadro, junto a las fotos que le tomaron mientras era jugador. Dos no podían faltar: la de su paso por Huracán, su novia, y la de Racing, su mujer.  

Aunque era inevitable, alguna lágrima se le caía en la semana. Los domingos eran su día de distención, porque Olga lo sacaba a pasear y comer unas tostadas en algún bar de tantos. Justo un domingo. En ese día se desataban la mayoría de las sonrisas que guardó en su alma y su memoria. Los goles en Miriñaque o Piraña, los clubes de barrio en su infancia. Las tardes en que esperaba a su ídolo, Herminio Masantonio, a la salida de la cancha del Globo para cargar su valija llena de gritos sagrados. Los que él soñaba, algún día de su vida, compartirlos dentro de una cancha. Ni hablemos de Estrada, el arquero, que le alcanzaba la pelota después de alguna jugada desperdiciada cuando era un joven alcanza pelotas de la sexta división de Huracán. 

A Tucho, sobrenombre que le puso su madrina el día que nació rememorando a Santucho, un loco lindo del barrio de Parque Patricios que falleció esa misma tarde que él llegaba al mundo, se le cumplieron sus sueños con el correr de los años y enamoró a todos. No sólo a los amantes del fútbol con sus goles, su ida y vuelta, su dribling que tiraba muñecos con un soplo, sino que también, a la grada femenina. Ese bigotito característico, el jopo que sobresalía, su chuequear y su facha hacían delirar a la tribuna que estaba ocupada por ellas. No solo seguían a su equipo, sino que también iban a verlo a él. Por donde pasó, dejó su huella. En el globo de Parque Patricios, equipo que lo movilizaba sentimentalmente, debutó y compartió plantel con grandes jugadores como es el caso de Masantonio, su ídolo, Alfredo Di Stéfano, Arsenio Erico y Llamil Simes, en 1942. 

De Huracán a Racing

Sin embargo, la mente se le va en ese cuarto blanco y con las cuatro paredes que le recuerdan esos instantes. Lo trasladan a 1945, justo cuando se tuvo que ir de noche de su Parque Patricios querido porque la gente del barrio no quería que su traspaso a Racing se hiciera. Es que la Academia, con Guillermo Stábile a la cabeza, se había hecho con los servicios de él junto a Simes y Juan Carlos Salvini a cambio de una importante suma de dinero más el préstamo de cinco jugadores. “¿Quién lo hubiese imaginado?”, enlosó ante una de las paredes que lo miraba fijamente en su soledad.

La mente, tan maldita por momentos, lo llevó al primer campeonato, al segundo, hasta que llegó al tercero, ¡de forma consecutiva!. Un logro que muy pocos tienen y tuvieron el placer de sentir. Y siguió. La conciencia no lo dejaba tranquilo. Se le vino su amante a la cabeza. Otro amor que no pudo dejar de lado y en ese flash de segundos se visualizó entrando a otro cuarto donde lo esperaban con los brazos abiertos. Ahí estaban Juan Manuel “Charro” Moreno, Valentín Angelillo y otros desfachatados más que los consideraban los Carasucias. Sí, su otra amante era la Selección.

Una sonrisa se veía reflejada cada vez que entraba a la cancha con el logo de AFA estampado en el pecho. Como también apareció cuando le hizo tres goles a Brasil en el 3 a 1 que le dio el primer trofeo continental en el 45. Su cabeza seguía de viaje y terminó horas después en la confitería chilena “La Quintrala”. Tras su vaso de whisky, infaltable, la invitó a una pieza. ¡¿Qué habría pasado si Olga estuviese ahí?! Ahí, desplegó su otro potencial, el baile con una damisela de lujo, la inmortal Tita Merello que estaba en una gira teatral. ¡Qué forma de festejar, Tucho! 

El corazón latía un poco más lento, como si quisiera dar señales de que algo ocurriría. Las paredes eran sus fieles amigas, mientras recordaba su paso por Tigre en el 51 y su vuelta a Huracán para retirarse en el 58, con un gol nada más ni nada menos contra San Lorenzo, el clásico barrial. Sus 75 años parecían traer consigo un aluvión de recuerdos. Entre ellos las copas Escobar (1942/3) y la Copa Británica de 1944 que consiguió con el Globo, el tricampeonato de 1949, 1950 y 1951 que consiguió con Racing, las Copas Sudamericanas, hoy Copa América, de 1945/6/7 más los 17 goles que convirtió en este torneo que lo catalogó como uno de los máximos goleadores. 

Su corazón dejó de latir. Un paro cardiorrespiratorio se lo llevó aquel 22 de julio de 1998 y Norberto “Tucho” Méndez quedó en la historia grande del fútbol argentino. En su momento, ninguno de los tres amores que él decía tener lo acompañó, ni su novia, ni su esposa, ni su amante. Sólo el amor verdadero estuvo con él hasta el final de sus días. Olga, con quien se casó a los 45 años, a pesar de que la conocía de chico por ser vecina del barrio. Su vida nocturna no lo dejó establecer el matrimonio. En su paso por la Academia, disputó 129 partidos y convirtió 48 goles. Sin embargo, los encuentros de su carrera pasan los 300 con diferentes camisetas y uno más difícil que otro, pero, al que no pudo vencer... Fue el de la soledad.